Con el propósito de contribuir a la unificación de los ingenieros civiles y de propiciar un sentido de pertenencia entre sus miembros colegiados, el Colegio de Ingenieros Civiles de México, convocó en 1948 a un concurso para elegir el distintivo y lema del Colegio. El que resultó un éxito por la calidad y cantidad de las propuestas presentadas.
El 12 de abril de ese año, el jurado calificador otorgó el primer lugar al proyecto de distintivo presentado por el ingeniero Juan Álvarez Domenzáin, mientras que el de lema fue declarado desierto.
Carácter, finalidad y significado son los tres conceptos que abarca el distintivo, sin descuidar el complemento estético: las necesidades prácticas de construcción y el respeto a las reglas fundamentales de la heráldica moderna. Respecto al carácter, este primer logotipo irradiaba por sí mismo el recio significado de la institución que representaba, con el significado de que el CICM pone al servicio de México la ingeniería civil por medio de sus miembros.
Cada una de sus partes y en su conjunto constituían la representación de un motivo típico de la profesión, subordinándola a un emblema que en primer término contaba con la República Mexicana, colocada en la retícula de un aparato imaginario para tenerla siempre en cuenta, contemplando siempre a México por encima de todo.
En 1971 surge el logotipo conmemorativo del XXV aniversario del CICM. Desde 1972, el logotipo diseñado por el Arq. Pedro Ramírez Vázquez, ha creado una imagen sólida del Colegio de Ingenieros Civiles de México, A.C., que de manera estilizada representa a un México cambiante y la importancia de la nación para el gremio.
Representa -en el mapa de la República Mexicana-, un fuerte valor expresivo y simplicidad geométrica, lo que ha facilitado su asimilación y su uso en diferentes escalas.
La imagen del logotipo ya está ligada al CICM, que refuerza el sentido de pertenencia.